el suicidio tiene razones

escribiré de manera impopular y tal vez preocupante para quienes lean esto.

A propósito de que en la noche de hoy, 1º de febrero de 2002, el hashtag #suicidio es trending topic en Ecuador por cómo se lanzó una persona en un edificio del puerto Santa Ana, el reciente suicidio de una Miss USA a quien se la veía sonriente en sus certámenes, pero sobre todo (a propósito) de la seguidilla de publicaciones en redes que se han hecho al respecto para levantar consciencia en torno a la necesidad de una mayor empatía respecto a situaciones que pasan por este tipo de situaciones: no creo que las cosas cambien.

No creo que cambien porque es muy fácil llenar un perfil personal en favor de una causa social, en favor de una desestigmatización de la salud mental, en favor de la apertura de espacios para que se pueda hablar sobre este tipo de asuntos. Publicar mensajes de poca profundidad en los que se te invita a aceptarte a ti mismo tal cual eres sin tomar en cuenta que muy seguramente es algo horripilante lo que esta persona (que está pensando en el suicidio) ha encontrado en sí mismo y no es posible aceptarse.

Darse cuenta que, como suicida, puedes estar viendo miles de mensajes «conscientes» en torno a esta problemática pero que al momento de hablar con esas personas en momentos en los que el #suicidio no es TT, realmente no hacen algo al respecto por ti. Y lo mejor de todo, y más real de todo, es que no están en la obligación de estar para el otro. Si es que deciden estar para alguien que está atravesando una situación difícil, en buena hora, pero si es que realmente no tienen esa voluntad, ni esa disposición, ni un mínimo de sustento para ayudar realmente a la otra persona: no se metan a ayudar en lo que no pueden ayudar; no la caguen más.

No la caguen más teniendo una imagen ya preconcebida de cómo es un suicida, aun así crean que se vaya en contra de «estereotipos» mediáticos o conservadores. Suicida es cualquiera, y entiéndase cualquiera en su mayor amplitud, incluso en aquella amplitud más incómoda, aquella amplitud en la que muy posiblemente te topes con alguien que auténticamente te irrita por la manera en la que se retrata a sí mismo como una persona incapaz de hacer cualquier cosa en su vida cuando tú tal vez sepas que eso no es así, es decir, cuando esa persona te pareciera que está victimizándose por el hecho de ser hombre heterosexual blanco, por el hecho de ser una trans abandonada por su familia, por el hecho de ser un privilegiado de clase alta, por el hecho de ser un pobre de toda la vida a quien la religión ha traicionado.

La imagen que tendrás del suicida al que te gustaría ayudar cuando publicas esas suertes de infografías donde pretendes dar apertura para hablar del tema, esa imagen, no es real. No es real porque no tendrás idea de qué es lo que piensa, siente y pelea esta persona (y pueda que se pelee contigo también). No tendrás idea de cómo es ese suicida con el que toparás porque no has hablado con él ni un minuto todavía. Tal vez porque de manera honesta no notaste nada extraño en él, o porque esa persona no ha sentido la suficiente confianza como para hablar contigo (y honestamente no sé qué tanto sirva ponerse a pensar en qué podría estar transmitiendo uno que las personas más necesitadas son las que menos acuden a ti, que pretendes estar dispuesto), en ese sentido tampoco se puede saber, no se puede saber hasta que se haga la acción más simple de todas (aunque no por eso fácil): escuchar.

Escuchar. Sólo escuchar, y preguntar desde lo que escuchas, no desde lo que piensas. Realmente entender que esta persona está llegando a una conclusión racional para suicidarse, y sí, sé que escribir esto último es fuerte y debatible, pero pueda que sea el escenario con el que te topes.

El suicidio tiene razones porque no hay personas que realmente estén dispuestas a escucharte sin antes empezarte a hablar de las energías, de Dios, de lo bella que es la vida, de lo que podría venir; sin antes empezar a actuar como padres, como terapeutas, como personas que pueden empatizar con lo que la otra persona siente. Esto último también es clave: creo que hay poquísimas, pero poquísimas (tal vez imaginarias) personas que realmente son capaces de empatizar con el sufrimiento del otro, un sufrimiento que también se mezcla con el pensar. No es posible ponerse en el zapato del otro. Jamás te podrás poner en los zapatos de un suicida, y eso no lo digo como un reproche, sino para hacer notar una de las más importantes limitantes.

Te encontrarás con suicidas que tendrán una vida basada en valore totalmente diferente a los tuyos, e incluso pueda que, de estar en otras circunstancias, te irías totalmente en contra de los valores de esa persona hasta desear que realmente esa persona dejara de existir. Personas que piensan y sienten de una manera que consideras repulsiva, errónea, que no es lógica, que no es humana, una persona que a lo mejor sea causa y consecuencia de los males que tú notas en este mundo. Habrán suicidas así, y en ese punto ¿qué harás al respecto?

Me parece que es importante reconocer que como simples ciudadanos tenemos muchos límites, como simples conocidos también, y, a veces, también como amigos. Reconocer que uno tal vez no sea capaz de ayudar a alguien en aflicción es también ser considerado con el otro para así evitar experimentar la naturaleza de tu bondad con esa persona.

Suicidarse es la opción cuando no logras exponer en palabras aquello que te aflige, cuando no lo puedes poner en colores ni en canciones. Cuando el arte no te sirve, cuando el arte no te importa. Cuando no te importa si tu perro se muere, si tu madre se muere, si tu pareja se muere. ¿Qué más da? Cuando tu pasión no importa. Y si es que lo comentas, si es que comentas tus motivaciones para buscar terminar tu vida, pueda que se te dé una cacheteada, una que se sentirá que viene desde oídos sordos, oídos que no están escuchando lo que quieres que escuchen, que están escuchando lo que dice un gurú de Instagram, de YouTube o de Facebook, o de algún seminario de precio desorbitante.

Este siguiente punto será más polémico aún: habrán muchos casos en los que el suicidio será inevitable. Ya no habrá nada que se pueda hacer. No habrá ciencia, religión ni espiritualidad, ni empatía ni autoridad que tenga los recursos necesarios para afrontar una situación que pareciera ya estar marcada por el destino (como si este existiera).

No tengo un conocimiento formal en Salud mental, ni en psicología, ni en salud pública. He interrumpido mi carrera de sociología, irónicamente, porque me causaba una gran incomodidad. Sigo periodismo, que es, desde una mirada simplona, una carrera de todólogos con ego inflado. Así que, en ese sentido, no se apoyen en lo que escribo, pero sí me gustaría opinar algo más.

No creo que se deba ayudar desde la esperanza, esta es la espera de que la realidad sea diferente en un tiempo determinado, es una promesa de la cual no se tiene control, es una ilusión de bondad. La esperanza no es empática. Creo que se debe ayudar desde dentro de la tragedia y asumir y darse cuenta que la tragedia es real para así ahondar en ella hasta llegar al punto en el que ya no la es.

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