detesto tener que darle mil vueltas a las cosas, cosas que surgen por otro y no por mí, que surgen por tener que vivir en un lugar que no pedí. Detesto tener una voz en mi mente que me dice que pensar así es egoísta, idiota e infantil, ni que fuera un monarca hijo de puta como para imponer la manera en la que voy a vivir. Detesto que sean pocas las personas que, aparentemente, están en posición de decidir cómo vivarán y detesto saber que tal vez ni siquiera ellos tendrán una vida plena porque tienen que cumplir con reglamentos idiotas nada más por cumplir la pretensión, la imagen que se espera de ellos.
Detesto que como humanos sigamos teniendo esperanza cuando cada vez hay menos razones para tenerla, y pero aun, que sigamos creyendo que los sueños se cumplen, que las cosas mejoran, que hay que lucharla porque la vida sigue ¿y cómo sigue la vida? ¿es una que en serio vale la pena?
Detesto que a cada rato estamos cambiando lo que la psicología, la academia, la ciencia, la religión y lo-que-sea dice, que no tengamos nada fijo y aun así nos pidan que estemos calmados. Que nos expresemos pero cuando lo hacemos está mal. Que las personas se llenen de imágenes de sí mismos siendo buenos y bondadosos y considerados con el mundo pero ante la primera oportunidad mandan a todos a la mierda más profunda con la intención de no volver a verles nunca más, y si es que lo superan, pues entonces mostrando la mayor insensibilidad, una de esas que no les permite darse cuenta de la cagada de humanos que son.
Detesto que tengamos que de una u otra manera depender del valor que nos da el otro, y no, no solo lo digo en términos capitalistas, en términos tribales, comunitarios y lo quetedélaputagana será así también.
Quien determina que eres una buena persona no eres tú, es el otro. Quien determina que seas un buen compañero no eres tú, es el otro. Quien determina que seas talentoso no eres tú, es el otro. Quien determina que seas despreciable no eres tú, es el otro. Quien te da de comer no eres tú, es el otro. Quien te da la plata no eres tú, siempre es otro. Quien te considera buena pareja no eres tú, es el otro.
Falso e iluso quien pretenda creerse el cuento que solamente con la imagen que uno tiene de sí mismo basta, o lamentable que haya llegado un punto en el que esa persona desconoce que vive en sociedad. Con lo bueno y lo malo, aunque más con lo malo.
En una en la que la ira predomina, y de manera justificada, que es lo peor.
Maldita la hora en que como sociedad nos vinimos a juntar para legitimar ciertas molestias e iras y desacreditar otras porque no va de acuerdo con lo que creemos.
Maldita la hora en que vinimos a ser humanos para no librarnos en ningún momento de la contradicción, y cuando nos topamos con ella, hacernos los ciegos.
Maldita la hora en que vinimos a creer en el amor para no practicarlo; en la que nos vinimos a meter en cuantos pensamientos y conductas de aparente profundidad para seguir siendo iguales.
Maldita la hora en que se nos exige ser responsables del otro para después respetar su individualidad.
Maldita la hora en que vinimos a defender a mercados e ideales; a personas y utopias; a futuros y pasados; maldita la hora en que no tuvimos más opción que odiar al otro, porque eso era lo más honesto por hacer.
Hijo de puta el que nos creo, pero más hijos de puta nosotros por seguir así.
Hijos de puta por no tener la libertad de siquiera insultar porque nada más al usar «puta» ya a uno se le podría tildar de retrograda «¿solamente a las mujeres se las puede usar para insultos?» No, pero también son humanas, así que no se salvan de la misma asquerosidad que somos los humanos.
Uno siempre tiene que incluirse, que no por nada uno escribe estas cosas. Uno mismo se debe reconocer en lo que se odia del otro.
Odiémonos primero a ver si así en algún momento nos hartamos, nos sentimos pena, nos vemos a la cara, nos confrontamos, nos lastimamos y nos perdonamos, porque con el otro dudo que lo hagamos.
Maldita la hora en la que el suicidio es condenado cuando hay tantos lugares bellos y horribles en los que colgar bufandas, corbatas y cualquier y dejarse el cuello quemado.
Maldita la hora en que condenamos el suicidio sin tener claro por qué vivimos, si lo hacemos para nosotros, o si tenemos claro qué pensar cuando vemos que otros apenas lo viven. Maldita también la hora en la que ese debe ser nuestro problema, como si fuéramos los responsables directos.
Puta hora de mierda cuando decidimos juntarnos como humanos y ver si así lográbamos cosas mejores.
Maldita la hora en que no sepamos cómo gestionar nuestras emociones y se nos condenará (tal vez) correctaemente por ello, y maldita la hora en que para solucionar eso se deba pagar sesiones económicamente prohibitivas con una persona que no se te garantiza que sea un profesional competente porque la academia de ahora solo forma a tecnócratas sin alma.
Bendita la hora en que la guerra es posible y las cosas se pueden destruir.
Bendita la hora en que se pueda incomodar a otros porque no es justo que solamente uno viva en incomodidad.
Bendita la hora en que se pueda despreciar al amor para que así lo aprendan a valorar.
Bendita la locura que nos enfrenta a la desquiciada realidad para proponer una nueva cordura.
Y maldito el ciclo en el que andamos metidos los humanos.